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La privilegiada localización geográfica de Israel a medio camino entre África y Asia (perteneciendo a esta última) ha sido testigo de las históricas migraciones entre pueblos y etnias, convirtiendo a Israel en uno de los más prolíficos enclaves culturales. Judíos, musulmanes y cristianos
conviven en una frágil pero longeva armonía, haciendo del país el gran punto de convergencia de las religiones monoteístas.
Esta condición es más acusada en Jerusalén, donde la segregación por barrios en la Ciudad Vieja muestra un nutrido crisol cultural. Como si de una amalgama de agua y aceite se tratase, los barrios armenio, judío, musulmán y cristiano delimitan sus fronteras a través de la arquitectura, ajuares, colores y olores. Pasear por la Ciudad Vieja de Jerusalén es hacerlo por una conjugación histórica de Asia, África y Europa, lo que ineludiblemente se convierte en una experiencia de lo más estimulante.
Y es que uno de los pilares fundamentales de Israel, son los milenios de gestación tribal a los que ha estado sometido y que han sido plasmados en documentos tan antiguos como divulgados. Múltiples son las referencias a la Tierra Prometida en el Antiguo Testamento, en las que Yahvé garantiza a Abraham y a sus descendientes una tierra propia y fértil, donde las siete especies de la Tierra Prometida crecen y se desarrollan abundantemente: Trigo, Cebada, Uvas, Higos, Granadas, Olivas y Dátiles. Desde ese momento, al pueblo de Israel nunca más le faltará pan, cerveza, frutas y, como no podía ser de otro modo, vino y aceite.
Revista Traveling - 55