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 Fachada del Museo del Titanic
Tan pronto como puse los pies en ella, se convirtió en un flechazo. Como todos los flechazos resulta difícil explicar porqué pero sentí algo muy espe- cial. Si vas desde Dublín por carretera, unos 166 km., ya percibes que entras en tierras británicas, pero hay también algo más que la hace a la vez diferente. Se trata de un no sé qué que te hechiza e impulsa a buscar la cau- sa. Sus gentes, tal vez las más parecidas de Europa en carácter a los españoles; sus contrastes, a caballo entre dos culturas, una católica y otra protestante; su arquitec- tura, tan variada que va del estilo victoriano de su barrio universitario al neoclasicismo de su Ayuntamiento; sus costumbres, incluido su afternoon tea con bandeja de dos pisos de pastelitos; la vida de sus fantásticos pubs en los que como en España la gente habla alto, lo cual consuela por eso de no ser los únicos del mundo y porque además así parecen estar vivos y pasárselo bien; y por último esos murales y graffitis , parte de la historia reciente y aún viva de Belfast que hablan de “sus problemas” y de la fractura social de un país, Irlanda del Norte que, por épocas, tam- bién ha sido la de nuestro país.
Lo mejor que podéis hacer es pasear por sus calles, de- jaros llevar y adentraros en sus entrañas, mirar a un lado y a otro y descubrir su fantástica mezcla de estilos y ex- periencias de todo tipo. Os propongo comenzar desde la plaza en la que se sitúa su Ayuntamiento y observar todos los edificios que la rodean. Es fantástica, es una muestra inmejorable de lo que es la arquitectura norirlan- desa. Este grandioso edificio, neoclásico y algo barroco de 1906, aparenta más edad a propósito; fue construido tras conceder la Reina Victoria a Belfast el título de ciu- dad. Su cúpula de 53 m, a imagen y semejanza de la Ca- tedral de San Pablo de Londres, le otorga grandiosidad.
Desde allí nos dirigimos, siempre como si de un paseo se tratara, hacia “Cathedral Quarter”, uno de los grandes barrios de Belfast.
En Victoria Street se alza el “Albert Memorial Clock”, muy cerca de los muelles. Construido en 1865 y ligera- mente inclinado por su construcción en terrenos robados al río, está presidido por la estatua del Príncipe Alberto, esposo de la Reina Victoria. Con él se pretendía dar cura a la nostalgia que funcionarios y hombres de negocios parecían sentir en Belfast de la ciudad de Londres.
VIAJES
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