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En 1863 la Europa vitícola vería temblar sus cimientos con la identificación en el vie- jo continente de la Filoxera. Este parásito causó estragos inimaginables y cambió la
viticultura mundial en apenas 50 años. Su entrada en Europa fue consecuencia indirecta de un intento por detener el avance del Oidium introducido unas décadas antes accidentalmente (1845) en cepas de vid importa- das que estaban infectadas con este pulgón. Aunque la importación de vegetales desde América fue común desde el siglo XV, la tecnología jugaría una mala pasa- da a los viticultores.
Los viajes de ultramar solían llevar varias semanas y di- ficultaban la supervivencia de los patógenos por lo que, al llegar a Europa, las plantas se encontraban libres de los perniciosos hongos y pulgones. Sin embargo, con el desarrollo de los barcos de vapor, los tiempos de des- plazamiento se acortaron considerablemente y Oidium, Filoxera y Midium proliferaron a sus anchas.
La entrada solía ser por Inglaterra ya que dominaba en gran medida el comercio con América del Norte, don- de la Filoxera fue identificada por primera vez en 1854. Este parásito entró infectando una partida de la varie- dad Isabella, un cruce interespecífico oriundo de Norte- américa muy resistente al Oidium. Desde Londres viajó hasta Languedoc donde se documentó en 1863 y de ahí a pocos años, diezmó el viñedo europeo. Hubo muy pocas regiones que sobrevivieron a semejante cataclis- mo, siendo una de las más reconocidas la Península de Setúbal, al sur de Lisboa.
Aunque la mayor parte de las viñas a principios del siglo XX se encontraban en el rico suelo sedimentario de la desembocadura del río Tejo, la presión urbanística poco a poco fue desplazando la viña setubalense hacia el sur y el interior, con suelos arenosos dominantes. Quiso el destino que este “exilio” de las viñas tuviese un final fe- liz y es que la temida filoxera no puede desarrollarse en este tipo de terreno y los viñedos de Setúbal resistieron estoicamente mientras todo el continente era devasta- do. Esto supuso un gran auge en la comercialización de sus vinos a pesar de que ya eran ampliamente recono- cidos en Inglaterra y Francia desde el siglo XIV.
Hoy, los vinos de la Península de Setúbal recogen el
testigo de siglos de historia y ofrecen grandes elabo- raciones, algunas con décadas a sus espaldas. Dentro de toda la comarca abarcada por 13 ayuntamientos y más de 9.000 hectáreas de viñedo, podemos encon- trar 3 regiones geográficas distintas: D.O. Setúbal, D.O. Palmela e I.G. Península de Setúbal.
D.O. Setúbal
Reconocida en 1907, es la segunda Denominación de Origen más antigua de Portugal y en ella sólo se pue- den hacer vinos dulces naturales (VDN). Aunque se permite la elaboración de estos vinos con más de 17 variedades de uva, aquí las reinas son la Moscatel de Setúbal (Moscatel de Alejandría) y la Moscatel Roxo, que deben suponer un mínimo del 67% de la mezcla en cualquier vino, subiendo hasta el 85% si se incluye el término Moscatel en la etiqueta.
En cualquier caso, son vinos fortificados en los que la calidad de la uva y la maña del elaborador son deter- minantes para obtener grandes vinos capaces de en- vejecer y mejorar durante décadas. Y no es una exa- geración ya que, si bien no son fáciles de encontrar, no faltan referencias en el mercado con 20, 30 o más de 40 años que han sido cuidadosamente envejecidos y custodiados por dos o más generaciones de pacien- tes bodegueros. En Setúbal, al igual que otras regiones emblemáticas de vinos fortificados, es habitual la mez- cla de añadas para mantener un estilo y una producción lo más regular posible. En estos casos, la edad que se indica en la etiqueta siempre corresponde al vino más joven usado en la mezcla, por lo que es habitual que la edad media del líquido sea superior.
A pesar de que la crianza marca mucho el estilo del vino, el origen de la uva es determinante en muchos casos y las viñas de algunos parajes como las del mí- tico Fernando Pó son altamente cotizadas. La magia del territorio consigue vinos frescos gracias a un PH in- usualmente bajo, algunos llegan a ser de hasta 2,9, a pesar de encontrarnos en una zona de marcado clima mediterráneo.
Durante los siglos XVIII y XIX, los vinos omnipresentes en los viajes de ultramar fueron los vinos fortificados y en gran parte parte de las regiones se puso de moda
ENOTURISMO
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