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De alma hedonista y rebosante de la alegre vida estudiantil de sus universitarios, recibe el apelativo de La Ville Rose por el color asalmonado de su entramado arquitectónico, y es que al carecer el Valle del río Garona de canteras de piedra, el ladrillo fue el elemento utilizado para levantar esta urbe capital de la Occitania. Se trata de un ladrillo hecho de arcilla de las orillas del río que, cuando no es de buena calidad, hay que protegerlo con un revestimiento catalogado dentro de una gama cromática que impone un tono para las fachadas y otros para ventanas y puertas.
Paseando por las calles de la cuarta ciudad francesa es imposible no fijarse en la nomenclatura de las mismas que, además de francés, también está escrita en occitano, y que cuando es de color amarillo es porque uno se encuentra en una calle paralela al río, y cuando la calle es perpendicular al Garona, la caligrafía se torna de color blanco, una tradición que se mantiene desde el año 1815 y que sirve para muchos como factor orientativo. Un azul que valorizó el ladrillo.
De mediados del s. XV hasta mediados del s. XVI los mercaderes de Toulouse controlaban el cultivo y la distribución de esta planta en todo Europa, y su poder se manifestó con notoriedad en los palacetes que construyeron como sus viviendas y que eran todo un símbolo de éxito comercial, una magnificencia definida por la altura del torreón de la edificación: a mayor altura, mayor riqueza.
Muchos de estos comerciantes eran de origen esañol, un aspecto que ha llevado a creer a no pocos historiadores que esa era precisamente la razón por la que la mayor belleza arquitectónica se plasmó en los interiores de las viviendas y no en sus exteriores, algo típico en muchas construcciones de España. En cualquier caso, el ladrillo rosa sí que está presente en estas fachadas, y nadie duda que fue ese negocio azul el que dio aún más poder al ladrillo de esta ciudad.
VIAJES Y ARQUITECTURA
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