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LA VENTANA DE MANENA
Las comparaciones son odiosas pero la rea-
lidad es que, al aterrizar en Papeete, capital
de Tahití y sus Islas, me colgaron al cuello
una corona de tiaré, la gardenia perfumada
endémica del país, que resultó un aromático presa-
gio de lo que estaba por venir.
Acompañando a la Regata de la
Perla.
El propósito del viaje no podía ser mas seductor. Se-
guir la Regata de la Perla por los mares del archi-
piélago de la Sociedad, embarcada en un catamarán
en compañía de otros periodistas internacionales. Al
llegar me recibió una de las organizadoras, francesa,
bohemia y divertida. Vivía en un barco en el que no
se podía encontrar ni el timón del desorden que rei-
naba. A mi en aquellos días, me daba por peinarme
mi pelo, siempre corto, sin parar. Y llevaba un peine
allá donde fuera. Mira por donde que en el viajeci-
to de 30 horas Polinesia, el peine se me perdió. Al
conocer a la francesa y marinera, Camille, antes de
emprender ruta a Raiatea donde me esperaba el ca-
tamarán, le pregunté donde podía comprar un peine,
a lo que ella moviendo su enredada melena al viento,
y mirando con cierto gesto de desprecio mis cuatro
pelos, me contestó con indignación que yo no nece-
sitaba peinarme. Con lo cual emprendí “a pelo” mi
siguiente etapa.
Como si de un chiste se tratara en el
catamarán esperaban un periodista
alemán, otro japonés, y un matrimo-
nio francés.
El Skipper, Turó, haciendo honor a su curioso nom-
bre, no pasaba desapercibido. Rastras a modo de
trenza, tatuajes en cada pliegue del cuerpo, una
amplia e irónica sonrisa que no se borraba jamás, y
una voz que me despertaba estremecida, cuando ya
en mi camarote y a punto de conciliar el sueño, se
escuchaba un grito escalofriante que llegaba desde
cubierta y que se traducía como el aullido de Turó
saludando a las estrellas.
Disfrutábamos del pescado Mahi-Mahi en cada comi-
da (en las lenguas austronesias se repiten las pala-
bras para expresar el plural).
Mahi- Mahi a la parrilla, cocido con mayonesa, al hor-
no, y crudo; un paréntesis para contar que el sashimi
de Mahi-Mahi me dio una alergia que casi me mue-
ro. Menos mal que mi compañera Charlotte de Radio
France (RFI), llevaba antihistamínicos en su farmacia
ambulante.
El espectáculo de los veleros, a cada vela más bella y
colorida, navegando en las aguas, turquesas, marinas,
esmeraldas, resultaba difícil de creer. Había que frotarse
los ojos para asegurarse de que no era un sueño.
A cambio, una auténtica pesadilla fue la insistencia de
Turo en que, al igual que el resto de valientes periodis-
tas, me tenía que zambullir en las cristalinas aguas pla-
gaditas de tiburones. Unos tiburones que según Turó no
hacían nada. En fin, que pudo mas el empecinamiento
El cocotero caído, árbol de reflexión
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