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TAHITÍ Y SUS ISLAS
de nuestro capitán que el riesgo al mordisco del escua-
lo, y acabé nadando con unos inofensivos tiburones de
arrecife que me rodeaban “cariñosamente”.
La sensualidad del Tamuré Tahitiano
Durante el día no daba abasto para fotografiar tamaña
belleza. Sin embargo, tras la puesta del sol, los veleros
atracaban cada noche en una isla del archipiélago y no-
sotros con ellos. Fue en la isla de Tahaa, la de la vainilla,
donde observé por primera vez el baile del Tamuré. Me
quedé muda, cuando al entrar en el pabellón de madera
a orillas del mar, escucho la sinuosa música a cuyo ritmo
hombres polinesios y franceses se movían como aves al
acecho de esas hembras que bailaban al son de las olas
mientras sus cuerpos, ondulantes, marcaban las mareas
con sensualidad. Un espectáculo estimulante que tuve la
suerte de contemplar durante las siguientes etapas de la
regata.
Y volviendo a Tahaa, es una isla frondosa donde se casa
la vainilla, como me explicó la gran Moeata, dueña de una
plantación y encargada de celebrar el singular matrimonio
cada atardecer, cuando poliniza a mano aquellas flores
que nacen de la orquídea de la vainilla, y que no germina-
rán si no se les han desposado antes del amanecer. Tam-
bién hicimos en Tahaa nuestros pinitos de piragüismos, y
ahora que nadie me oye, tengo que confesar que, sen-
tada en medio de la piragua, me dejé llevar plácidamente
por los otros remeros.
Regata de la Perla por el archipiélago de la Sociedad
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Asistir al matrimonio de la vainilla es ce-
lebrar una boda insólita y bella; las orquí-
deas de testigos y la selva como escenario.
¿Será que veo doble?
La siguiente varada nocturna fue en la isla de Huahine
Nui (la grande) que no Huaini Iti (la pequeña). Antes
de contar otro de los chascarrillos mas divertidos del
viaje, tengo que aclarar que durante la regata , entre los
espectaculares veleros, sobresalía uno por su tamaño
y por los muchos tripulantes que arriaban las velas del
velero de Pachá. Así llaman al dueño del reconocido
Café homónimo en Papeete, admirado y querido por los
participantes en la Regata de la Perla. Pachá insistía
en invitarme a cenar por motivos profesionales, quería
saber qué iba a contar, qué me parecía la regata…pero
a mí, no me seducía el plan. Había congeniado con mis
colegas, el alemán, el japonés, y los franceses y, tan
a gusto que me quedaba cenando con ellos. Sin em-
bargo, una de esas noches Pacha envió a un joven y
guapetón polinesio con la misión de reclutarme.
Ariki se marchó raudo y veloz ante mi reiterada negati-
va, y cuál sería mi sorpresa, cuando en menos de dos
minutos aparece otra vez. Pasó la regata y ya en casa,
descargando las fotos, no daba crédito cuando en una
de ellas aparece Pachá y su equipo, ganadores de la
regata, y veo que Ariki, el mensajero de Pachá de aque-
lla noche, estaba repetido en la foto. El clon fotográfico