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TRAS EL TOUR DE OMÁN
cubiertas con una abaya negra disfrutan de un english tea completo, con macarons añadidos, ya que la paste- lería es francesa. Charlo con ellas y les pregunto si les puedo fotografiar a lo que se ríen con coquetería. Ambas tienen unos ojos bonitos perfectamente maquillados, su manicura también es intachable, como lo son sus zapa- tos, bolsos, y las joyas que tintinean de sus muñecas. Pienso que probablemente al día siguiente se vestirán con vaqueros y será difícil reconocerlas. La cuestión de la vestimenta en Omán es a gusto y tradición de cada cual.
El zoco de Mutrah o, imposi- ble vivir sin resina.
Me levanté pronto al día siguiente y fui a pasear por la playa de Seeb donde la gente está corriendo, montan- do a caballo, aupando las barcas al mar, o simplemente socializando ¡me encantó! Más tarde Qasim nos lleva al zoco de Mutrah, frente al puerto, donde se codean las barcas pesqueras y los lujosos yates. Qasim lo tienen todo estudiado. Lo primero es tirarle pan a las gaviotas para que se alboroten y posen en una foto de primera entre los barcos y el mar. El protagonista del zoco indu- dablemente es el incienso, qué, según cuentan , purifica, aromatiza y sana.
Omán es famoso por la resina, base de Amouge, uno de los perfumes más caros y cotizados del mundo. Un amigo de Qasim , tras preguntar por su familia, interesarse por su trabajo, y demás protocolos necesarios en el dialogo árabe, me ofrece una caja con cubos de incienso para chupar. Son beneficiosos para todo, y no se entiende como se ha podido vivir sin ellos hasta la fecha. Disfru- to del apasionado coloquio que me traduce Qasim y por supuesto compro la cajita, aunque a día de hoy todavía no la he probado. Lo haré en breve, hacia el otoño, para coger con fuerza el invierno.
Sorpresas monumentales
La visita a la Real Opera de Mascate en el distrito de Shatti Al-Qurum fue otra bella sorpresa ¡Impresionante el edificio de mármol pulido que refulge con el sol, revestido puertas adentro por teca tailandesa y terciopelo rojo! En su vecino y magnífico Museo de la Música me estrené como directora de orquesta y aprendí sobre los muchos ritmos omaníes.
Navegar por la historia del país de las Mil y Una Noches, de Simbad el marino, en el Museo Nacional, me sir- vió para volver a la infancia, recordar aquellas siestas obligadas e interminables, cuando, gracias a los libros,
viajaba a regiones que nunca soñé con conocer. Y, sin embargo, allí estaba, contemplando los mismos barcos de mis páginas infantiles, el Dhow, o las dagas curvadas, Khanjar, un símbolo inequívoco de Omán.
No daba crédito la monumentalidad de Mascate, cuando llegamos a la mezquita construida por Qaboos . Imponen- te por fuera, imponente por dentro. Te hace sentir muy pequeño el caminar por la segunda alfombra más grande del mundo, después de la de la mezquita de Abu Dhabi, hecha de una pieza por tejedoras iraníes. Seiscientos mil cristales Swarovski de la lejana Austria, se codean como si tal cosa con oro de veinticuatro quilates para dar for- ma a la araña de ocho metros de diámetro que alumbra la mezquita, entre otras súbditas chandeliers , hechas a su imagen y semejanza. Bajamos a la cotidiana realidad en Ramssa http://ramssa.com/, un restaurante que nos hace sentir en casa después de semejante boato, bebien- do un vasito de leche fermentada, lavan, para acompañar el pan omaní, khubz rakhal, el majboos de arroz con pollo o el kabuli. El jardín trasero transmite una agradable fami- liaridad con los críos corriendo y la gente charlando, sin prisas. En Omán , la palabra stress ni siquiera se traduce.
Galopando las dunas en un todo terreno
La visita a las dunas de Wahiba, al desierto, no tuvo des- perdicio. Lo primero fue medio vaciar las ruedas del co- che en una estación de servicio destinada a tal propósito. Una vez cumplido el ritual, Qasim se transformó. Sus ojos echaban fuego cuando agarró con fuerza el volante y co- menzó, literalmente, a galopar entre las dunas. El jinete del desierto no cabía en si, los móviles saltaron por los aires; yo intentaba grabar un video, imposible. Al terminar el rodeo automovilístico salimos del coche a las puertas del hogar de la familia beduina a la que rendíamos visita, cuando escuchamos un débil sollozo de una compañera que había pasado más que miedo en aquella carrera por el desierto. Yo la verdad es que la disfruté un montón, cons- ciente de que para Qasim era pan comido y quería ponerle un poco de adrenalina a la excursión. La familia del desier- to era muy hospitalaria y divertida. Bebimos té y compra- mos artesanía, mientras la pequeña, de unos ocho años, en inglés perfecto nos contaba cómo, a pesar de poseer camellos y cabalgarlos con destreza, al colegio le llevaba su abuela, quien, siguiendo la tradición del desierto, aún se cubría con un burka del que apenas asomaban los ojos. Su abuela era la única que sabía conducir en la familia, y le acercaba en un Lexus todo terreno cada mañana al pueblo cercano donde estaba la escuela.
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